Vivir en la era de la información implica dejar muchas huellas digitales en nuestro camino por la red. Perfiles en redes sociales, correos electrónicos, historiales de chats, información nuestra en las apps, documentos o fotos en la nube, medios, servicios de pago… ¿qué pasará con todo esto cuando ya no estemos? La denominada “herencia digital” se ha convertido en un desafío que conviene dejar bien atado, ya que nuestra información y actividad en la red seguirán existiendo una vez fallezcamos.

¿Qué es la herencia digital?

La herencia digital es el conjunto de datos electrónicos -generalmente protegidos por contraseña- que dejamos en un disco duro o en Internet cuando fallecemos.

Para dar respuesta a esta situación, se elabora un testamento digital, un documento en el que se detallan, una a una, las posesiones digitales de una persona, adjuntando las claves de acceso, así como el nombre de la persona designada para gestionar toda esa información cuando el titular haya fallecido.

¿Existe alguna normativa al respecto?

Algunos expertos sostienen que, a efectos prácticos, la herencia digital es lo mismo que la normal, a tenor de la definición de herencia que puede leerse en el Código Civil:

La herencia comprende todos los bienes, derechos y obligaciones de una persona, que no se extingan por su muerte”. Por tanto, al hablar de “todos los bienes” se entiende que éstos pueden ser analógicos o digitales.

En España encontramos una definición más concreta en la nueva ley de protección de datos que, en su artículo 96, recoge de forma expresa el derecho a la herencia digital.

Es ahí donde se establece que solo pueden acceder a la información del fallecido -y tomar decisiones sobre su utilización, destino o supresión- las personas vinculadas a él, así como sus herederos, a no ser que el fallecido lo hubiera prohibido de forma expresa. No obstante, dicha prohibición no afecta al derecho de los herederos a acceder a los contenidos que pudiesen formar parte de la masa hereditaria.

¿Cómo preparar la herencia digital?

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En la actualidad, pasamos una gran parte de nuestro tiempo en Internet, donde dejamos un rastro con nuestro patrimonio personal, compuesto por datos, información, imágenes, archivos o vídeos.

Cuando fallecemos, toda esta actividad sobrevive, y dado que, en muchos casos, somos los únicos que conocemos nuestras propias contraseñas, para los familiares comenzará un largo camino para tratar de gestionar todo ese patrimonio digital post mortem. No cabe duda de que lo mejor para evitar esta situación es dejarlo todo bien atado en vida, sobre todo si lo que almacenamos en Internet son documentos sensibles o información importante.

El testamento digital

Lo más efectivo es guardar todas las contraseñas importantes en un lugar seguro, como un gestor de contraseñas, y configurar el acceso con una pregunta de seguridad que solo sepan contestar las personas más cercanas.

No obstante, la mejor forma de gestionar todo esto es, como en la herencia normal, elaborando un testamento ante notario, cuyo coste no supera los 50 euros. De esta manera, nos aseguramos de que nuestro legado digital tenga el destino deseado, y que los herederos no encuentren problemas, pues tendrán acceso a todas las claves.

En el documento, además de detallar las cuentas y las contraseñas, debemos especificar lo que queremos que se haga con todo ello cuando ya no estemos: ¿borrar los perfiles? ¿Descargar las imágenes? ¿Mantenerlos abiertos como cuentas conmemorativas?
Por otra parte, existen determinadas situaciones en las que es muy aconsejable nombrar a un albacea, por ejemplo, si se tienen cuentas con información sensible, como plataformas de criptomonedas, pasarelas de pago, etc.

Por último, no está de más informarse en vida de la política que siguen los proveedores de cuentas, redes sociales, etc., en caso de defunción y de cuáles son las cláusulas por fallecimiento del usuario.

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